De las cosas que no me
convencían de Andrés Manuel López Obrador cuando era Jefe de Gobierno del DF,
algunas eran la falta de compromiso que tenía
hacia las causas de los sectores sociales más desprotegidos de la
Ciudad, llámese mujeres, homosexuales, gente con capacidades diferentes (cómo
me caga esta definición, es como cuando se les dice a los ancianos “adultos en
plenitud”, la verdad es que ¿a cuántas personas mayores de 65 años han visto
ustedes vivir plenamente?), etcétera.
De hecho, dos de las
más controversiales leyes aprobadas en lo que va del sexenio de Marcelo Ebrard
como ejecutivo del DF (la despenalización del aborto y la legalización del
matrimonio entre personas del mismo sexo) fueron boicoteadas por el entonces
jefe de gobierno, AMLO, para que no fueran aprobadas en la ALDF. Por supuesto
que estas decisiones tenían fines meramente electorales puesto que, dichas
leyes eran (y siguen siendo) tan controversiales que a López Obrador no le
convenía apoyarlas porque podría traducirse fácilmente en la falta de apoyo por
parte de los sectores más conservadores del país (que finalmente sucedió).
Ahora, muchos años
después, el candidato de las izquierdas se presenta ante los electores como un
hombre vanguardista, propositivo, moderno y comprometido con las causas
sociales (y por dichas causas asumo yo que se refiere a aquellas que persiguen
todos los sectores de la sociedad y no sólo de unos cuantos). Sin embargo, en
su reunión con la CEM (Conferencia del Episcopado Mexicano) en donde, por
supuesto, se le cuestionó su postura ante los temas de aborto y bodas gay, AMLO
respondió tal y como lo hizo hace seis años, es decir, se desentendió de dar
una postura personal y propuso que fuera la ciudadanía misma quien decidiera,
mediante plebiscito, qué hacerse respecto a dichos temas. ¿De verdad, Andrés Manuel?
¿Fue lo mejor que se ocurrió? No se puede hacer partícipe a la población en
general de la toma de decisiones de temas tan delicados.
Si bien la respuesta no
me sorprendió, no dejó de decepcionarme. Al menos los otros dos respondieron de
una manera más legalista, diciendo que la resolución a tales controversias
debía resolverse localmente en cada uno de los estados. López Obrador se empeña
en querer demostrarnos que hoy es una persona distinta, lo suficientemente
audaz como para haber aprendido de sus errores, sin embargo, aún deja entrever
aspectos que demuestran que su cara conciliadora, nuevamente, es meramente
electoral.
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